2.3. Anticoncepctivos duros

Contraceptivos inyectables.

El acetato de medroxy-progesterona (DMPA), comercializado como Depo-Provera en Estados Unidos y como progevera en el Estado español, es un contraceptivo de progesterona inyectable (cada 3 meses), extensamente utilizado en muchos estados.
Añadamos que la amenorrea puede persistir durante 18 o más meses después de suspender la administración de este contraceptivo, como reconoce su fabricante (catálogo de especialidades farmacéuticas editado por el consejo general de colegios de farmacéuticos, Madrid 1995).
Entre estos fármacos, los más conocidos son el Depo-Provera (depo-progevera), comercializado por el laboratorio Upjohn, y el Net-En, del consorcio Berlinés Schering.
La aplicación de esta inyección es simple y de bajo coste. En muchos estados del Tercer Mundo, equipos móviles recorren los pueblos cada tres meses para suministrar las inyecciones a las mujeres. Las personas empleadas en estos equipos son, generalmente, gente sin experiencia, que ha recibido una información demasiado breve e insuficiente para su cometido. Ellas mismas a penas si disponen de información de los efectos secundarios, pero ni tan sólo eso comunican a las mujeres.

Alto riesgo de cáncer.

Conocido y ensayado desde 1963, el DMPA se reveló muy cancerígeno en el animal, produciendo, en concreto, tumores mamarios.
Entre el 40% y el 70% de las mujeres que usan anticonceptivos Depo-Provera o Net-En padecen alteraciones del ciclo menstrual, que van desde menstruaciones muy complicadas hasta la ausencia completa de las mismas. Las alteraciones del ciclo se mantienen incluso un año después de haber dejado el fármaco. Existen indicios de que debilita, sobre todo, el sistema inmunológico de la mujer.
Puede afectar a la salud de los hijos nacidos después de su uso.
El depo progevera, según un estudio realizado en Gran Bretaña, disminuye la densidad ósea en ciertas partes del cuerpo a niveles por debajo de los de las otras mujeres menopáusicas, y podría ser un factor de riesgo para la osteoporosis en el futuro.
Según un estudio publicado en la Revista de la Asociación Médica Americana (JAMA), el depoprovera dobla el riesgo de cáncer de mama entre las mujeres que lo han tomado durante menos de cinco años.
Esto no impidió que se experimentase también en humanos. Uno de estos experimentos fue realizado en 942 enfermas de los hospitales de Tennesse (Estados Unidos). Pequeño detalle: 181 de ellas eran enfermas mentales. El director del hospital psiquiátrico se justificó diciendo que había utilizado el producto a fin de «evitar problemas y detener la menstruación por razones higiénicas». Se sobreentiende que los «problemas» eran los embarazos de las reclusas que, al parecer, mantenían relaciones sexuales con los otros enfermos o con el personal sanitario.
Este caso es conocido porque provocó un escándalo. Una comisión senatorial hizo una encuesta, e incluso la muy ortodoxa revista inglesa Nature se vio obligada a hablar de ello.
Pero esto no es lo peor. Esta tímida experimentación en occidente contrasta, como es habitual, con la criminal experimentación a gran escala que se realiza impunemente en el Tercer Mundo.
Un trabajo publicado en 1977 denunciaba que este producto se había administrado a más de medio millón de mujeres en más de 57 estados subdesarrollados.
A principios de los años 80, alrededor de cuatro millones de mujeres recibían en el Tercer Mundo la inyección de tres meses, pese a que la Depo Provera estaba prohibida como anticonceptivo en los Estados Unidos, por el alto riesgo de cáncer que genera. Pese a que en Estados Unidos existe la prohibición de exportar medicamentos que no han sido autorizados en el país, Upjohn pasa por alto este reglamento, haciendo producir Depo Provera por firmas filiales en el extranjero.
En la práctica se le pone a las mujeres la inyección sin que ellas tengan conocimiento de que se trata de un anticonceptivo, como ocurre, por ejemplo, en El Salvador.
En Jamaica, reciben la inyección el 50% de las mujeres que utilizan anticonceptivos.
La Cruz Roja Internacional descubrió que en un campo de refugiados en Tailandia, se había inyectado Depo Provera a cerca de 8.000 mujeres camboyanas. Como recompensa, recibieron una gallina. Otras mujeres se dejaron poner otra inyección antes de tiempo a fin de recibir otra gallina.
En Sudáfrica, se administra a las mujeres negras sin su libre consentimiento la inyección de tres meses de Depo Provera. En las fábricas se les obligaba a ponerse la inyección bajo amenaza de despido, y en el campo se les amenazaba con impedirles el acceso al servicio médico.
En el Estado español, en 1979, el Ministerio de Sanidad autorizó una experimentación en mujeres, dirigida por el Doctor Calero Cuerda.
Muchos estados se han resistido a concederle una licencia debido a los riesgos de cáncer de mama asociados.
En los años 70, el producto estaba prohibido en el Estado francés, Gran Bretaña, Japón, y en los estados escandinavos.
En Europa y en los Estados Unidos, estos fármacos estaban prohibidos o eran considerados fármacos de segunda clase a principios de los 80. En la República Federal de Alemania, por ejemplo, se suministraba la inyección trimestral a mujeres internadas en hospitales psiquiátricos, a mujeres con deficiencias mentales, y a mujeres receptoras de la ayuda social y a extranjeras.
En algunos estados del Tercer Mundo fue prohibido, como por ejemplo en Costa Rica, para su uso extrahospitalario o fuera de clínicas autorizadas, pero un informe publicado en la revista Mujer número 3 de 1985 comprobó que se seguía vendiendo por las farmacias del estado a particulares.
Los laboratorios han ejercido presiones para que sea aceptado en occidente, fundamentalmente para blanquear su utilización en el Tercer Mundo.
El grupo sobre la salud del Centro Acción de la Mujer (CAM) de Guayaquil (Ecuador) donde ésta denuncia que «Upjohn quiere ver la droga aceptada en Estados Unidos y los estados de occidente no para aumentar su mercado allí, sino para proteger su mercado en el Tercer Mundo».
Han tenido éxito: la hormona fue finalmente aprobada para su comercialización en los Estados Unidos y en Gran Bretaña.
El súbito cambio de parecer que sufrió la FDA (Food and Drug Administration, Estados Unidos) fue provocado por dos estudios, uno de Nueva Zelanda y otro de la Organización Mundial de la Salud; ambos llegaban a la conclusión de que el contraceptivo no incrementaba el riesgo de cáncer.
No obstante, un análisis más exhaustivo de los datos muestra que el riesgo, en realidad, se duplicaba en los primeros cinco años de consumo de la hormona, y después descendía.
Los investigadores admitían que Depo-Provera (DMPA) podía acelerar la generación y el crecimiento de tumores. Si es así, su potencia debe ser mucho más fuerte de lo que creen los médicos, porque una sola inyección parece ser capaz de afectar al crecimiento de los tumores durante los cinco años siguientes. En marzo de 1995, un estudio de la OMS (Organización Mundial de la Salud), admitía que el DMPA multiplica por 2 el riesgo de ser víctima de un cáncer de mama en el curso de los 5 primeros años de utilización y que acelera el desarrollo de los cánceres ya latentes.
Paradójicamente, este contraceptivo inyectable es ampliamente utilizado por la Organización Mundial de la Salud para estimular una esterilización «reversible» en el Tercer Mundo.
Estos datos deben ser considerados como un mínimo, ya que la política habitual de estos experimentos es sistemáticamente ocultada, como en el caso del Norplant.
En el Estado español, el depo progevera se comercializa sin que se mencione el cáncer entre sus efectos secundarios. Además, tampoco se menciona la disminución de la densidad ósea y el riesgo de osteoporosis ni otros de sus efectos secundarios.
Es decir, que en nuestro estado las mujeres tienen el privilegio de disponer de un producto demostradamente cancerígeno desde hace más de 30 años antes de su comercialización. Un producto cancerígeno experimentado en enfermos mentales y utilizado en cientos de miles de mujeres pobres del Tercer Mundo con el beneplácito de las más prestigiosas organizaciones médicas internacionales.
Los fuertes efectos secundarios de estos fármacos provocaron que muchas mujeres de los estados de los tres continentes se negaran a seguir usándolos. Dejaban de presentarse en los centros de salud o de planificación familiar donde se suministraban las inyecciones. Se hizo entonces necesario investigar métodos de mayor duración.

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